jueves, 3 de septiembre de 2009

SOY Y EXISTO.


La oración más perfecta es aquella que brota espontáneamente del corazón. La oración solamente nace en un clima psicológico de pasividad-receptividad. Nos sumergimos en ese estado cuando no tenemos nada que hacer, y realmente nada hacemos, sino que estamos atentos y dispuestos a abrazar lo que queremos que venga. Nuestra mente es, en si, extremadamente activa y fértil. Continuamente produce algo. Cuando hacemos producir voluntariamente pensamientos, imaginaciones, fantasías, raciocinios, etc., la mente produce de modo espontáneo imágenes, ideas, pensamientos, etc., relacionados con nuestras tensiones y con nuestros intereses más vivos, quizá muy secretos.

El contemplativo debe conocer la manera de funcionar que tienen nuestro cerebro y nuestro corazón de hombre.

Siempre que trates de hacer oración personal, procura aislarte lo más posible del mundo que te rodea y trata de permanecer totalmente inactivo. Pasividad completa de cuerpo y de mente. No decir nada, no hacer nada, no pensar voluntariamente en nada, no recordar nada, no imaginar nada...

Decir nada significa aquí omisión de todo aquello que sea voluntario. Fijar tu atención serenamente en Dios y concienciarte del estado físico y mental en que te encuentras, sin dejarte envolver por ninguno de esos aspectos o de esos movimientos espontáneos de tu cuerpo y de tu mente. Debes asistir a todo lo que acontece contigo y dentro de ti, como cuando asistes a las escenas de una película. Sólo ver, darte cuenta, tomar conciencia de tus reacciones delante de Dios, a quien ves con los ojos de tu alma. Permite que de tu corazón nazca únicamente un puro impulso dirigido a Dios.

No se ha de entrar en ninguna idea particular al respecto, relacionada con Dios. Debemos dejar que él sea como es. No pretender percibirlo de una manera particular u otro modo cualquiera. Cuando no estamos en compañía de alguien ni nos ocupamos en nada, absolutamente desnudos de todo, nuestro ser reacciona poderosamente, en el sentido de clamar por alguien.

Nuestro ser se abre y dama por algo o por alguien cuya presencia nos dé la sensación de que existimos y de que existimos para alguien.

Comenzamos a tener conciencia clara de que nuestra vida tiene un sentido. Ésta es la situación del hombre en el que tiene lugar el encuentro personal con Dios. Es precisamente en ese momento cuando el contemplativo experimenta la sensación íntima de comunicarse personalmente con Dios y de decirle cosas semejantes a ésta: "Señor, yo me entrego enteramente a ti, tal como eres, y yo, tal como soy".

Para contemplar a Dios es necesario tener de él una idea muy pura y muy simple. Él es la misma pureza y la simplicidad personificada. Es preciso que aquel que trate de aproximarse a Dios, tome igualmente una aptitud de gran simplicidad y pureza. Se trata de la unión del hombre con Dios o de Dios con el hombre.

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